La ganaba una fatiga dulce, hubiera podido dormirse; quizá durmió unos
instantes. Pero en ese interregno de abandono seguía pensando en Adriano y el tiempo, las
palabras monótonas volvían como estribillos de una canción tonta, el tiempo es la muerte,
un disfraz de la muerte, el tiempo es la muerte. Miraba el cielo, las golondrinas que jugaban
sus límpidos juegos, chirriando brevemente como si trizaran la loza azul profundo del
crepúsculo. Y también Adriano era la muerte.


Julio Cortázar